Jueves, 28 de Marzo 2024
Domingo, 14 de Febrero del 2021

Por cuatro días locos que vamos a vivir

Así comenzaba la inolvidable marcha que Alberto Castillo popularizó a mediados de la década del 40, mandando a la gente a divertirse a pesar de todo. La historia del carnaval en Funes.

En Funes, el carnaval, se vivía de manera similar que en otros pueblos pero como cada comunidad tiene crónicas y recuerdos que modelan su identidad, y mi memoria no alcanza, pregunté a funenses de varias generaciones como se vivía el carnaval en las distintas décadas y si fue cambiando a través de esos años.

           Los corsos de los años 40 y 50 de Funes eran muy populares en la zona, por la belleza y trabajo en sus carrozas. Todo el pueblo participaba y algunas familias, como los Vesco, son recordadas por la variedad y calidad de los disfraces. Eran tiempos difíciles y no todos podían disponer de mucho dinero, así que con mucha anticipación se buscaba el material para lucir y representar a indios, cazadores, soldados, con trajes hechos con bolsas de arpillera y decorados con chapitas de cerveza aplastadas a modo de medallas. Había creación e imaginación en cada vestimenta impulsada por la esperanza de algún premio que las autoridades en el palco principal otorgaban.

            María recuerda con emoción el trabajo de sus padres para vestirla de jocketa, con sus botitas de caña, fusta y gorrita, en los corsos de 1944, ganando el primer premio, “aunque mi mamá decía que estuve enojada todo el tiempo”, cuenta mientras suelta una risita. En esos años la “movida” estaba en el centro del pueblo y los bailes en el Club Funes (con orquesta, “la típica o la jazz”) eran la fiesta máxima para la sociedad funense de entonces.

             Las paredes del club lucían murales de carnaval pintados por un joven y  prometedor dibujante del pueblo, Manuel Basílico, mientras en la calle el corso estaba en su apogeo. La algarabía y la diversión no dejaban de lado el respeto, no se tiraba agua como ahora, se rociaba con un agua perfumada que venía en un pomo que algunos recuerdan como de plomo. El papel picado y la serpentina adornaban la fiesta, era tanto lo que se tiraba que al otro día cuadrillas de trabajadores debían juntar con palas montañas de papel. El corso también era el ambiente ideal para el inicio de algún romance, las chicas siempre estaban al alcance de las miradas de su madre y era difícil llegar a ellas, pero un conveniente lanzamiento de papel picado podía devolver una sonrisa que te enlazaba para siempre y que animaba a preguntarle un “¿venís mañana?”. 

    Finalizaban los años 50 y con ellos iba desapareciendo esa época romántica e inocente, llegaban los 60 y en los carnavales el tango y la milonga empezaban a dar paso a la cumbia colombiana y a los cantantes populares. El pueblo había crecido y se sumaban nuevos clubes con exitosos bailes, en Industrial y San Telmo sonaban los Wawancó, los cinco latinos y Palito Ortega con el club del clan. Recuerdo la pista al aire libre del club industrial, rodeada por las mesas y sillas de chapa, llena de parejas mientras los chicos entre las piernas de los grandes juntábamos el papel picado del piso, con tierra y todo, para volverlo a tirar. 

    Todo era más sensual y había que saber “mover el esqueleto” para la cumbia, no era para cualquiera, muchos se destacaban por bailar bien o por no parar en toda la noche como el querido Adriano “Lalo” Lucca que bailó hasta los 90 años. Eran tiempos donde todo el barrio Etiopía se movía al ritmo de “el orangután” y “el camaleón” de Chico Novarro, mientras que el buffet no paraba de vender porrón Bieckert y naranja Crush, siempre con la molesta presencia de las “mascaritas” con su funda blanca en la cabeza con agujeros para ver, labios rojos dibujados y su voz finita forzada que daba miedo a los mas chiquitos. 

    Si bien siempre se jugó con agua, la década del  60 en Funes se caracterizó por los combates de agua entre las bandas de los barrios. El principal objetivo era mojar a las mujeres, así que merodeaban los muchachos en Ford A o chatas con tarros de 200 litros de agua para cargar los baldes. La cosa era un poco violenta pues apenas veían una dama se descolgaban con los baldes y corrían a la infortunada que a veces tenía que ir a tomar la L para ir a trabajar e igual la empapaban a pesar de sus ruegos primero y los insultos después. Una de las barras más osadas venía del barrio de los Spagnoli, me quedó grabada una tarde que estaban todas las mujeres de mi cuadra afuera y aparecieron, corrieron todas y yo, con 6 años, corrí también por el pasillo angosto, tropecé y terminé pisado en el suelo por la estampida. 

    Los barrios tenían puntos fijos en las esquinas para defenderse de los “intrusos”, una esquina difícil era la de Mangiaterra, en General Paz e Irigoyen, allí estaban bien pertrechados. Cuando aparecieron los globitos de agua tipo “bombucha” ya no se salvaban los autos y los colectivos, eran verdaderos francotiradores apostados en lugares estratégicos. Una tarde, un grupo tomó el campanario de la iglesia y desde allí disparaban sin ser descubiertos, el juego del carnaval había cambiado definitivamente y años más tarde la costumbre de jugar con agua desaparecería.

    En los convulsionados 70 la efervescencia política local influía en los carnavales. Según Ricardo, un reconocido funense en el exterior, “en esos años la comuna tenía como una carroza oficial con un bomba de agua que disparaba un chorro fuerte bien dirigido a la oposición”. Esos embates acuosos eran difícil de contrarrestar pero eran aceptados como parte de la lucha política amigable de entonces, todos eran conocidos y se divertían mucho, por eso Ricardo hoy recuerda aquellas batallas con cariño y nostalgia. 

    Poco a poco fueron desapareciendo los corsos, aunque se mantenían algunos bailes, y la gente empezó a concurrir a otros pueblos como Acebal o Carcarañá a ver algo de lo que habían perdido. Con la democracia volvió el festejo del carnaval y la gente masivamente acompañó la vuelta de los corsos con gran entusiasmo. Fue un gran reencuentro de los vecinos, con carrozas temáticas como el recordado rancho con gauchos, chinas y fogón con costillar asado en tiempo real por Calincho Tavacca, o los “indios caníbales” con olla gigante y con explorador incluido hirviendo en su salsa.

    La gente estaba feliz viendo pasar a los disfrazados representando a personajes del cine o la televisión y muchos disfrutaron a “Tito” de indio, desfilando parado sobre su caballo, casi desnudo con todo el cuerpo aceitado lo que casi le provoca una severa intoxicación. Al mismo tiempo se empezaron a contratar comparsas correntinas como Ará Berá y el carnaval empezó a recibir la influencia brasilera, con comparsas locales donde grandes y chicos movían las caderas al ritmo de la samba. De a poco se iba perdiendo el disfraz temático y los clásicos como la mascarita y el “bebote” con su chupete gigante en un descomunal cochecito.

    Como si esto fuera poco, la violencia otra vez dio el tiro de gracia, los globos de agua hacían desastres y hasta golpearon una conductora de un tractor que se desmayó subiéndose a la vereda con carroza y todo, siendo todo el mundo salvado por el padre de la chica que trepó de un salto al tractor y apagó el motor. Finalmente, los corsos tal como los conocimos desaparecieron y el carnaval fue perdiendo la magia que tenía en el pasado.

    Todo aquello quedó en la cabeza y el corazón de la gente que vivió el esplendor de ese carnaval creativo e inocente, por eso, mientras los escuchaba contar las vivencias se iban emocionando y entusiasmando con su propio relato. Esos cuatro días significaban un desahogo sano y respetuoso de tanta lucha diaria, eran un “pido gancho” a la vida, un recreo donde todo se dejaba de lado y el disfraz nos unificaba jugando a ser lo que quisiéramos.

    Todo cambió o se perdió y nuestro carnaval también, que importante hubiera sido recuperar su esencia en estos tiempos de pandemia para tener aunque sea un pequeño respiro y poder volver cantar junto a Castillo: “Por cuatro dias locos te tenés que divertir, es esta vida la mescolanza de diversiones y de pesar. No pierdan nunca las esperanzas y aprendan todos este cantar. Por cuatro dias locos que vamos a vivir…!” 

    


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